Anne Lister, 20th April, 1824

“Writing my journal always does me good - now that I have done it, I have got it off my mind - my troubles seem gone - buried in the paper....”

sábado, 7 de junio de 2025

Enganchada no. Lo Siguiente…


Capítulo II

La ciudad prometida

No hubo vítores, ni maletas nuevas, ni despedidas con lágrimas. Solo una decisión práctica: había que irse. Madrid no fue un sueño romántico ni una llamada espiritual. Fue un cálculo. Una línea recta entre lo que se tenía y lo que se necesitaba. Se vino en paro, sin plan B, sin historial médico y sin otra compañía que la costumbre de resolver sola lo que tocaba resolver. Y aún así —o por eso mismo— todo fue saliendo.


La ciudad, con su ritmo de metro y buzones llenos, fue más amable que la gente que había conocido hasta entonces. Le abrió la puerta una señora que confió en ella para alquilarle un piso sin nómina. ¿Quién hace eso? Una desconocida. Como casi todas las personas que realmente le han tendido la mano. Lo suyo nunca fue una red de seguridad tejida por amigos o familia. Fue un mapa invisible de azares y ayudas impensadas, como si el universo tuviera con ella una especie de pacto secreto. Como si la vida dijera: “No te voy a poner fácil la compañía, pero sí el camino”.


Desde ese primer piso, sin más aval que su propio silencio, comenzó a trazar la secuencia lógica que aún hoy define su vida. Trabajo a trabajo. Empresa a empresa. Documento a documento. El arte de poner datos en formularios y conseguir cosas parece menor, pero no lo es. Es la forma más pura de construir algo sin pedirle permiso a nadie. Cada paso ha sido una operación quirúrgica de voluntad: sin ruido, sin drama, sin testigos.


Por un tiempo, cambió de trabajo con la misma frecuencia con la que otros cambian de bar favorito. No era ambición, era curiosidad. Ganas de probar el siguiente “y si”. Como una especie de deporte vital. Cada empresa era un mundo distinto, un nuevo idioma, un nuevo decorado. Y aunque nunca hubo una mentora, ni una mano que guiara, ella iba entendiendo. A su manera. Tarde, a veces. Pero entendiendo.


La caída más evidente —aunque entonces no la llamara así— fue un despido. Había sido jefa. Tenía un buen puesto. Y, de pronto, fuera. Lo encajó con su estilo habitual: negando que fuera una crisis hasta que dejó de doler. Como quien se da un golpe y sigue caminando, convencida de que no hay sangre. Pero lo había. Y también una lección: ese hueco dejó entrar otra obsesión nueva, más propia, más libre —la bolsa. Los mercados. Las acciones. Aquello que, de niña, dijo que quería hacer sin saber cómo. Resultó que era esto. Que ahí, en esos gráficos abstractos y fluctuantes, estaba otra forma de control, de inteligencia aplicada. Otra forma de estar sola sin sentirse vacía.


Su trabajo actual tiene un barniz institucional, administrativo. Gestiona ayudas y préstamos a empresas. No es Richard Gere en Pretty Woman, pero a veces se le parece. No por el dinero, sino por la lógica. Por la sensación de mover piezas, de decidir algo, de entender un sistema. Aunque, como suele pasarle, no siempre encaja. Le han llamado la atención por trabajar demasiado, por hacer preguntas, por husmear. Como si su sola presencia incomodara. Y lo entiende. Ya no se culpa. Sabe que no es ella. O no del todo. Es su manera de estar en el mundo: con las neuronas zurdas, pero siempre despiertas.


Madrid ha sido muchas cosas: refugio, escenario, aula. Pero sobre todo, ha sido el lugar donde al fin ha podido ser. Sin que nadie la señale, sin tener que explicar por qué no tiene amigos íntimos o grandes planes sociales. Ahí, entre rutinas, Excel, pantallas de cotizaciones y paseos sin rumbo fijo, ha conseguido algo que pocos pueden decir: tener una vida que no necesita ser explicada. Que solo necesita ser vivida.


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