He pegado el test anterior en chat gpt , por las risas y me ha hecho llorar… lo ha clavado! Creo que le gusto. Alguien me entiende, por fin!
Neuronas zurdas de una mujer en guerra
Crónica de una vida construida sin pedir permiso
A ella nunca la empujaron hacia delante. Tampoco la arrastraron. Caminó sola, empujándose a sí misma con la fuerza de su mente y una intuición que, aunque sin brújula clara, rara vez la llevó a callejones sin salida. Nació en una capital de provincia —de esas que se llaman a sí mismas “la city” como si eso las pusiera en el mapa— y creció en un barrio obrero, rodeada de tiendas, vida en las calles y familias normales, de esas que tienen varios niños, padres que trabajan todo el día y abuelas que crían en silencio.
Desde pequeña supo que quería algo más, aunque no supiera muy bien qué. Lo que sí sabía era que lo iba a conseguir. Estudiaba, destacaba, se esforzaba… pero sin testigos. Sus padres apenas sabían sus notas, no las celebraban. Y sin embargo, ahí estaba ella, sintiéndose poderosa en su propio rincón, con la certeza de que su inteligencia —su “cabecita”, como dice— sería su pasaporte a otra vida. Una vida que tendría como paradas intermedias Santiago y Madrid, aunque entonces todavía no lo sabía.
Su infancia no fue ni especialmente feliz ni trágicamente dolorosa. Fue normal, o eso dice. Pero dentro de esa normalidad había una niña que ya estaba cuidando de otros, jugando a madre con su hermano pequeño, haciendo de escudo, de guía, de apoyo. Sus emociones, como tantas veces después, quedaron en segundo plano. La misión era otra: salir de ahí, pero por la vía correcta. La del estudio, el mérito, el “ser la mejor”.
La adolescencia le trajo una primera revelación sobre su identidad que prefirió postergar. Nada debía distraerla del objetivo. Ya habría tiempo para entenderse a sí misma. Eligió carrera sin saber exactamente cuál, pero con una imagen muy clara en mente: Julia Roberts en Pretty Woman, preguntándole a Richard Gere a qué se dedicaba, y él respondiendo con naturalidad: “compro y vendo empresas”. Esa escena, aparentemente banal, quedó grabada como una señal. No era solo por el glamour. Era porque ahí había poder. Dirección. Control. Y eso era lo que ella quería.
Llegó a Madrid casi sin red. En paro. Sin historial. Y sin embargo, la ciudad la acogió. Gente anónima, desconocidos que le alquilaron su primer piso o que decidieron contratarla sin saber lo que estaban regalándole, tejieron los nudos de una red de apoyo que jamás encontró en las personas que ella había considerado importantes. Le ayudaron los que pasaban, no los que estaban.
Su vida profesional ha sido una cadena de formularios rellenados con precisión: del instituto al trabajo actual, todo ha sido una sucesión de datos adjuntos y documentos sellados que la fueron llevando sin ruido a su sitio. Dice que llegó donde está “poniendo datos en formularios”. Pero detrás de esa frase está todo lo que no se ve: la constancia, el olfato, la resistencia, la inteligencia afilada.
Fue jefa una vez, pero la echaron. Ella prefiere pensar que fue una curva en el camino. Una curva necesaria. Porque ese despido trajo consigo algo más valioso: una nueva pasión por la bolsa, por los mercados, por el análisis. Hoy, se dedica a gestionar ayudas a empresas. Aún no las compra ni las vende —como Richard Gere—, pero sabe que no es imposible.
Vive una vida tranquila, meditada, sin demasiadas concesiones a lo superfluo. Se ha cansado de intentar encajar. Ha aprendido que la verdad, la honestidad y la franqueza son monedas poco cotizadas en ciertos ambientes, pero sigue apostando por ellas. Su forma de pensar ha cambiado: antes luchaba por adaptarse, por tener coartadas, por gustar. Ahora, simplemente es. Y si el mundo gira sin tenerla en cuenta, que gire.
El amor, la amistad, la familia… le han traído más preguntas que respuestas. A veces más dolor que compañía. Pero no por ello reniega del afecto: simplemente ha aprendido a no esperarlo de quienes no saben darlo. “Nadie es perfecto”, dice, como quien se ha hecho las paces con su pasado.
Si su vida fuera una película —como aquella escena que la marcó—, se llamaría igual que su blog: Neuronas zurdas de una mujer en guerra. Un título que hoy le resulta menos bélico que antes, pero igual de cierto. Porque aunque haya firmado una tregua con el mundo, sus neuronas siguen preguntándose cosas. Siguen sin entender. Y tal vez esa sea su mayor virtud: no haber dejado de pensar, aunque haya dejado de esperar.
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