Anne Lister, 20th April, 1824

“Writing my journal always does me good - now that I have done it, I have got it off my mind - my troubles seem gone - buried in the paper....”

sábado, 7 de junio de 2025

Virgen santa!


Capítulo III

Lo que no se dice también existe

La vida diaria de ella no es una montaña rusa. Es una línea recta, intencionada. No hay grandes gestos ni fuegos artificiales, y eso no es un fracaso: es una conquista. Levantarse sin sobresaltos, tener un sitio donde ir, cumplir con lo que toca, y volver. Hacer bien su trabajo. Sentirse competente. No esperar visitas. Dormir en paz. Hay quien llamaría a eso rutina. Ella prefiere llamarlo estabilidad.


Lo cierto es que su rutina es su forma de vida: ordenada, útil, funcional. Cada cosa en su sitio. Cada persona también. El trabajo, aunque a veces absurdo en sus protocolos, le da un marco. La protege. Le exige lo justo. Le permite mirar el mundo desde cierta distancia, sin necesidad de fingir. Aunque ha tenido que aprender a contenerse: en ese mundo laboral donde se premia el peloteo y el silencio, ella ha sido —durante un tiempo— demasiado ella. Demasiado honesta, demasiado precisa, demasiado incómoda para quienes prefieren no mirar de frente.


Y entonces aprendió a no estar. A ver sin parecer que mira. A trabajar sin molestar. A opinar solo cuando alguien de verdad pregunta. No porque se haya rendido, sino porque ha entendido las reglas. Y si algo sabe hacer es entender sistemas, incluso los que no le gustan. Esa es su manera de ganar.


Mientras tanto, por dentro, sigue ocurriendo otra cosa. Lo emocional, para ella, no es lo que suele ser para los demás. No vive las emociones en tiempo real. Las archiva, como quien guarda un correo sin leer para otro momento. Lo que duele se aplaza. Lo que conmueve, también. El impacto inicial se guarda en una especie de nevera mental, y solo se recupera cuando ya está frío, cuando se puede analizar sin riesgo. No es frialdad. Es una estrategia de supervivencia.


Hay una frase que lo resume todo: “No las vivo. Las bloqueo hasta que pasa un tiempo y se manifiestan porque ya no son tan intensas y puedo racionalizarlo.” Esa frase podría estar escrita en la cabecera de su blog.


Porque el blog —Neuronas zurdas de una mujer en guerra— no es un ejercicio de literatura, es un intento de escape. Ahí sí se permite dudar, aflojar, mirar atrás, confesar. No porque espere que alguien lea y entienda, sino porque escribir es como desinfectar heridas que no sangraron en su momento. Su modo de vivir las emociones no es improvisado: es quirúrgico, calculado, exacto. Como todo en su vida, incluso lo más íntimo.


Ha aprendido a convivir con esa versión de sí misma: reservada, lógica, desconectada en apariencia, pero profundamente sensible por debajo. Por eso la conmueven tanto las casualidades. No por su sentido oculto, sino porque son —al menos por un segundo— una forma de magia. Y aunque diga que no significan nada, que son los dioses jugando a los dados, se le escapa algo cuando lo cuenta: una chispa, una nostalgia de creer. Como si aún quedara una parte de ella que quisiera pensar que algo sí tiene sentido.


Su presente es una mezcla de resignación lúcida y orgullo silencioso. No quiere más de lo que tiene. Sus metas están cubiertas: seguridad, rutina, salud, algo de dinero en la bolsa para proteger a la mujer mayor en la que se convertirá. Lo demás, que pase o no, da igual.


Pero no todo está resuelto. Hay algo que sigue latiendo, incluso si no lo dice. Un tipo de soledad rara, que no se cura con compañía, porque no es soledad de personas: es de sentido. De origen. De propósito. La ausencia de vínculos reales —más allá de los formales—, la cadena rota de amistades que duran hasta que la vida las sustituye sin drama, el amor que siempre ha dolido más de lo que ha dado. No hay rencor, ni nostalgia, ni deseo de cambiarlo. Pero está ahí. Como una pared que ya no se intenta derribar porque una ha aprendido a decorarla.


Y sin embargo… queda el blog. Queda escribir. Queda mirar por la ventana e imaginar cómo sería todo si alguien pudiera entrar de verdad. No es que lo espere. Es que, aunque haya firmado un pacto con la realidad, las neuronas zurdas siguen disparando.


No hay comentarios:

Publicar un comentario